Por José Miguel Mantilla S., MS, Ph.D. (c)

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La arquitectura es la expresión material más apreciable y duradera de la relación del hombre con el mundo físico que le rodea —y que hasta cierto punto conoce— y con el universo metafísico que apenas llega a sospechar e intuir a través del arte y de la razón. El artista vive el anhelo de conciliar la materia con las ideas y las emociones pero, al parecer, rara vez descubre el acuerdo y la armonía entre los asuntos del conocer, el obrar y el sentir. La historia de la cultura se desenvuelve cíclicamente en este juego dialéctico según un esquema de rasgos distintivos generales que se manifiestan periódicamente y que enmarcan los acontecimientos particulares de cada época. Muchas veces el artista flota a la deriva de las ideologías, sin apenas sospecharlo, y es el rol del crítico abrir sus ojos de cuando en cuando.

El historiador y crítico del arte Erwin Panofsky hizo una interesante observación sobre la disposición de las personas de cada fase histórica frente a la obra artística a lo largo del tiempo. Según Panofsky existen tres actitudes respecto al arte: la actitud clásica, la actitud naturalista y la actitud manierista. La primera consiste en buscar el complejo equilibrio, la reconciliación entre los mundos arriba mencionados; la segunda priva al arte de su más alto contenido espiritual e intelectual a favor de un “necesario realismo” y, la tercera, desvía el arte de la realidad a favor de una especulación formal muchas veces irresponsable, absorta y ensimismada.

La cultura arquitectónica ha presenciado éste vaivén desde tiempos inmemorables. Jacques-François Blondel, uno de los teóricos de la arquitectura más importantes del siglo XVIII, decía que le había correspondido enfrentar dos batallas en su vida, la primera contra el manierismo del barroco francés y la segunda contra el realismo y el nihilismo revolucionario de sus sucesores. Vincent Scully sostiene el mismo argumento cuando afirma que después del siglo XVIII se produjo una polaridad irreconciliable entre las dos formas de la experiencia que en otros tiempos se consideraban complementarias: la de la conciencia y la claridad afirmada en la razón, y la de los sentidos y la intuición, afirmada en la experiencia.

Ante la polaridad entre el exclusivismo de la razón y el exclusivismo de la experiencia, el filósofo Inmanuel Kant presentó una posición intermedia: el criticismo.  El criticismo no acepta nada despreocupadamente, su conducta no es exclusivamente idealista, ni exclusivamente realista sino que, desde la duda, busca su reconciliación y, en este sentido, se asemeja a la actitud clásica respecto al arte referida por Erwin Panofsky y Vincent Scully.

La crítica de arquitectura de Fredy Massad no escapa al realismo de nuestro tiempo y es, por lo tanto, una crítica de tintes morales más que filosóficos o estéticos. Desde esa posición, el autor del libro Crítica de Choque, que fue presentado el día de ayer en el Auditorio del Colegio de Arquitectos de Pichincha, pone en evidencia las falsedades de la arquitectura del espectáculo donde la “arquitectura de la opulencia neoliberal” y la “arquitectura de la austeridad y la pobreza” parecen constituir los dos lados de una misma moneda que, mediante “artimañas mediáticas”, ha sido impuesta en la cultura arquitectónica contemporánea y donde lo único excluido continúa siendo la propia arquitectura.

El arquitecto y crítico de arquitectura Fredy Massad ha venido al país para participar en el Primer Congreso Nacional de Arquitectura Ecuador (CNAE), organizado por la Universidad Indoamérica. El Congreso se desarrolla del 6 al 10 de noviembre, en la ciudad de Ambato.

 

Libro: Crítica de choque.

Autor: Fredy Massad

Editorial: Bisman Ediciones

Ciudad y año: Buenos Aires, 2017

BIBLIOGRAFÍA:

Panofsky, E. (1998). Idea. Madrid: Ediciones Cátedra, S. A.

Scully, V. J. (1957). The Nature of the Classical in Art. Yale French Studies (19/20), 107-124

Ilustración: José Miguel Mantilla.