Por Alfonso Ortiz Crespo
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En la época de la colonia, básicamente a través de la práctica se aprendían los oficios, tales como la construcción, la talabartería, y todas las demás labores manuales. La enseñanza de la pintura, de la imaginería, de la platería, etc., tenía como centro el obrador y era más sofisticada, pues a más de la práctica se estudiaba con apoyo de estampas y tratados de pintura, perspectiva, etc.
Tal como ahora, en esa época también se hace necesario diferenciar la Arquitectura de la simple construcción. Los arquitectos de templos y conventos que han dado fama a Quito, eran sujetos, que a más de sus conocimientos prácticos, tenían vasta cultura teórica a través del estudio de innumerables tratados de arquitectura.
La educación académica de la Arquitectura se iniciará tardíamente y gracias al empeño del presidente Gabriel García Moreno. El prestigioso arquitecto Thomas Reed, de quien, en este año, conmemoramos 200 años de su nacimiento, fue contratado en 1862 por este presidente como “Arquitecto de la Nación”. Él tenía mucho interés “porque los ecuatorianos estudien y aprendan arquitectura”, según dice una nota en el semanario “El correo del Ecuador” (N° 55, 16 de junio de 1865) en la columna titulada “28 de Mayo” que daba crónica de la inauguración de la capilla dedicada a Mariana de Jesús en la iglesia de la Compañía, diseñada gratuitamente por Reed, a pesar de su profesión religiosa protestante.
En efecto, a inicios del año anterior Thomas Reed se había propuesto leer públicamente unos “Discursos sobre la Arquitectura” en la Academia Nacional. Con este acto sin duda se incorporó a esta institución, creada por la Convención Nacional en el año 1861 y que tuvo muy corta vida. Los seis primeros “Discursos” de Reed se publicaron en diversos números del mismo “Correo”, pero lastimosamente no se conservan todos los ejemplares, y sin explicación alguna se suspendió su edición.
El gobierno tampoco desaprovechó la presencia de Reed para la formación de técnicos en arquitectura y el mejoramiento y especialización de mano de obra a emplearse en actividades constructivas. En octubre de 1868 se propuso a Reed que enseñara arquitectura al joven Daniel Proaño, a quien, por ser de escasos recursos económicos el gobierno le otorgaba una pensión de cinco pesos mensuales, “siempre que se haga acreedor a ellos por su aplicación y buena conducta y previo el visto bueno puesto” por el instructor (ANH). Sobre Proaño no tenemos ninguna información posterior. En la misma fecha se pidió a Reed que formara albañiles. La comunicación dirigida el 19 de octubre de 1868 al Sr. Ramón Aguirre, inspector de obras públicas (ANH, SC, año caja: 1865-1873, caja 68, libro Nº 255, año libro: 1865-1869), es elocuente:
“Deseando el Supremo Gobierno aprovechar de los conocimientos del Sr. Arquitecto de la República y de la circunstancia de encontrarse en actual trabajo varias construcciones de edificios públicos para formar albañiles capaces de ejecutar con discernimiento e inteligencia los planos que se les presenten; me han ordenado prevenir a U. que proceda inmediatamente, de acuerdo con el Sr. Arquitecto a buscar de 10 a 20 jóvenes, de 14 a 16 años de edad, que sepan leer y escribir y deseen dedicarse al indicado oficio bajo las siguientes condiciones:
“1ª Inmediatamente que empiecen a recibir en una de las obras públicas lecciones prácticas se les abonará el jornal de dos reales por cada día que trabajen. Al cabo de un año se les elevará el jornal a tres reales diarios; a cuatro en el tercer año y a cinco en el 4º y 5º siendo condición indispensable para estos aumentos la presentación de certificados favorables del Arquitecto de la República en cuanto a conducta, laboriosidad e inteligencia; y
“2ª Siempre que haya construcciones de edificios públicos tendrán la obligación de trabajar en ellos y estarán sujetos al Sr. Arquitecto.
“Los jóvenes que aceptasen estas condiciones deben firmar un compromiso que durará por el término de cinco años, que por parte del Supremo Gobierno lo autorizará U. […en su carácter de Inspector de obras públicas”.
Al día siguiente se le notificó al arquitecto del particular.
En la práctica, también Reed había ayudado a perfeccionarse a Juan Pablo Sanz, arquitecto quiteño de múltiples talentos e intereses, con quien contó para la construcción de la casa del presidente García Moreno en la plaza de Santo Domingo.
Pero para la enseñanza académica sistemática de la arquitectura, la ingeniería y otras ciencias, se debía esperar que surgieran del nivel secundario, jóvenes con bases científicas y disciplina de estudio. Establecida la Politécnica por García Moreno con los jesuitas alemanes, en 1870 se abrió un curso preparatorio y al año siguiente los cursos regulares.
En 1873 llegaron a Quito el arquitecto Jacobo Elbert y el ingeniero Nicolás Grünewalt, como profesores de la Politécnica en sus respectivas profesiones. Las carreras relacionadas con la construcción que ofrecía la institución eran: Ingeniería (cuatro años); Arquitectura (cuatro años); Topografía (dos años); Agrimensura (un año) (Tobar Donoso, Julio, “García Moreno y la instrucción pública”, Academia Ecuatoriana Correspondiente de la Española, Editorial Ecuatoriana, Quito, 2ª edición, 1940, p. 348).
Al parecer Thomas Reed no tuvo contacto formal con la Politécnica, pero sin duda debió mantener amistad con el decano, el padre Juan Bautista Menten y los otros jesuitas alemanes, al igual que con sus colegas y paisanos Jacobo Elbert y Francisco Schmidt, este último contratado también por el gobierno de García Moreno para la edificación del “Protectorado Católico” y la enseñanza en él, institución creada para la enseñanza de oficios.
Al morir García Moreno en 1875 la Politécnica se derrumbó y con ella, la enseñanza técnica de la Arquitectura, que deberá esperar muchos años para retomarse en la Universidad Central. Apenas cinco años funcionó y no graduó sino a tres agrimensores y a un profesor de ciencias naturales. Los demás estudiantes se graduaron más tarde o abandonaron los estudios. (Tobar Donoso, Op. Cit.)
Los más destacados alumnos de arquitectura e ingeniería fueron Alejandrino Velasco, Lino María Flor y J. Gualberto Pérez Eguiguren, quienes diecisiete años después, el 24 de abril de 1892, fundaron junto con otros profesionales la sociedad llamada “Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos”. Entre sus principales objetivos estaba “el adelanto de las ciencias de la construcción, y observar la ejecución de las obras públicas con el fin de que imperen los preceptos de la ciencia y se excluya en lo posible el empirismo…” Los otros fundadores fueron, Eudoro Anda V., Modesto López, Juan Pablo Sanz, Arturo Martínez, Camilo Segovia, Carlos Egas Valdivieso, L. Homero Carrera, Agustín Torres, Ángel P. Jara, Julio César García, Alejandro M. Sandoval, Manuel A. Barba, Antonio Sánchez, Luis F. Sánchez y Antonio Rodríguez.
El “Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos” publicaba un periódico mensual llamado “El observador técnico”. Su número 6, del 24 de enero de 1893, nos ilustra sobre la precaria enseñanza de la arquitectura en esa época, al comentar el nombramiento del arquitecto Lino M. Flor como profesor interino de “Ejercicios Prácticos de Matemáticas, telegrafía y estilos Arquitectónicos” en la Facultad de Ciencias Matemáticas Puras y Aplicadas de la Universidad Central:
“ […] de modo que ya son cuatro los profesores que en dicha facultad regentan las clases de las difíciles enseñanzas superiores y prácticas que se dan en ella, pero no estará por demás decir, que en la antigua Escuela Politécnica, tales clases estaban a cargo de doce profesores.”
Para inicios del siglo veinte el arquitecto italiano Giacomo Radiconcini intentará cambiar esta triste situación, pero como veremos en otra ocasión, su prematura muerte frustró esta posibilidad.