Por José Miguel Mantilla S., Arquitecto, MS, Ph.D. (c)

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Las obras de arte son una ofrenda desinteresada que los hombres de cada época crean, custodian y entregan a la humanidad como testimonio de su grandeza. La Villa Rotonda (1566) y el edificio Seagram (1956), por ejemplo, proclaman desde la arquitectura la nobleza artística de los individuos y los pueblos que las realizaron: el pueblo agudo, profundo e imaginativo de la Italia del Renacimiento y el pueblo pujante, optimista e ingenioso de Norteamérica, al término de la Segunda Guerra Mundial.

En los apuntes de su Viaje a Italia, Goethe se admira al observar la obra que Andrea Palladio realizó para el conde Paolo Almerico en las afueras de Vicenza. Para Goethe la Villa Rotonda se desentiende de las necesidades terrenales del conde y su familia para procurar satisfacer plenamente la sed emocional de todo el que, desde entonces, sepa comprenderla y apreciarla. ¿Para qué las cuatro amplias escalinatas y pórticos que son mucho más grandes que la casa misma? ¿Por qué tanta perfección geométrica y tanta belleza incluso a expensas del confort de los habitantes de la casa? Por una espléndida locura, llamada grandeza artística, y por nada más.

Una complicidad similar se produce entre Mies van der Rohe y Samuel Bronfman, reunidos como arquitecto y promotor para la construcción del edificio Seagram en Nueva York. Bronfman adquiere el terreno de Park Avenue número 375 y planea construir una lúgubre torre historicista. Desde París, su hija Phyllis Lambert, una joven, sensible e inteligente estudiante de arte (y futura arquitecta), hará todo lo posible por hacerle entender que construir una torre neogótica, en 1954 y frente a la excelente Lever House de Gordon Bunshaft, sería un error imperdonable. Bronfman, un hombre hábil para los negocios, con buenas intenciones, pero poco informado en asuntos artísticos, insiste con el estilo historicista encargando el proyecto a una serie de arquitectos corrientes. En la última y desesperada carta, Lambert, invadida de nobleza, redacta la siguiente advertencia a su padre:

«Si vas a construir un edificio de oficinas en Nueva York tienes dos alternativas: puedes hacer un edificio sin ningún interés para la imaginación, la inteligencia y el deleite de los sentidos, que, aunque cumpla con los requerimientos funcionales y comerciales de tu empresa, no afecte la vida de las personas, ni para bien ni para mal. O, si eso no es lo que tienes en mente –y estoy segura que eso no es lo que tienes en mente– deberás erigir un edificio que represente lo mejor de la sociedad en la que vives y que exprese, al mismo tiempo, tus esperanzas por el mejoramiento de esa sociedad. Tienes una gran responsabilidad, y no basta con que tu edificio sea bueno para tu empresa, debe ser una ofrenda desinteresada para la humanidad, para todos, en Nueva York y en el resto del mundo»[1].

Con esta carta y después de varias entrevistas a un sinnúmero de arquitectos, Phyllis logra convencer a Samuel Bronfman de contratar a Mies van der Rohe para la planificación del edificio. Entre 1954 y 1958 se construye el Seagram, sacrificando generosamente la rentabilidad del negocio a favor del espacio público de Nueva York. El edificio obsequia a la ciudad una plaza espléndida frente a Park Avenue, desde donde, en medio de los dos estanques que preceden al acceso, se puede apreciar la magnífica silueta negra de la torre con sus fachadas reguladas por vigas verticales de bronce[2]. El Seagram es el monumento admirable que representa los mejores valores de la cultura económica estadounidense en el momento de su mayor esplendor y optimismo.

A Phyllis Lambert le fue otorgado el León de Oro, en la Bienal de Venecia de 2014, por sus contribuciones a la arquitectura, no como arquitecta sino como cliente y custodio del legado arquitectónico del movimiento moderno. «Sin su participación, una de las pocas realizaciones, del siglo XX, de la perfección en la tierra –el edificio Seagram– no habría sido posible», aquellas fueron las palabras que pronunció Rem Koolhaas, director de la Biennale, cuando se le otorgó (a Lambert) el reconocimiento en Venecia[3].

LA OBRA DE ARTE QUE PERDIMOS EN QUITO HACE UNOS POCOS DÍAS

En el ámbito local son lamentablemente escasos los ejemplos de arquitectura residencial de calidad, construidos en las últimas décadas del siglo pasado, que se conservan para redimir a este período frente a la historia. La mayoría de las viviendas familiares destacables han sido destruidas y reemplazadas por edificaciones cuyas intenciones están, la mayoría de las veces, muy alejadas de ser una ofrenda competente y desinteresada al legado cultural de la humanidad.

Nos alarmamos cuando escuchamos noticias de la destrucción, por causas ideológicas, del patrimonio artístico del norte de África y Oriente Próximo. Con toda razón consideramos un atentado contra el acervo cultural mundial –y nos indigna– el derribo de las magníficas obras de arquitectura en Palmira, Nínive, Hatra y Tombuctú. Sin embargo, por otro lado, consideramos normal, necesaria o inevitable la destrucción, con fines comerciales, de una de las obras de arte más importantes del último medio siglo en nuestra propia ciudad: la vivienda familiar Brauer Cornejo del arquitecto y artista Jaime Andrade Heymann.

A la pregunta ¿qué obra de arquitectura se destacó, seguramente más que ninguna otra vivienda unifamiliar, en Quito, durante la segunda mitad del siglo XX? habremos de responder a los que vendrán: aquella cuyos restos mancillados reposan detrás de la farmacia de fachadas rojas de la avenida Brasil. La que hasta hace poco fue, para muchos de nosotros, una obra emblemática y un referente de la arquitectura moderna de calidad en el Ecuador, ha pasado a simbolizar el estado de desprotección del patrimonio moderno en el país. Un exiguo patrimonio que vive permanentemente amenazado ante la pequeñez espiritual de nuestro tiempo.

[1] Traducción de una parte de la carta de Phyllis Lambert a Samuel Bronfman . Tomado del libro de Phyllis Lambert, Building Seagram, 2014, p. 32.

[2] En 1999, Herbert Muschamp, el critico de arquitectura más respetado de los EEUU, en ese entonces, consideraba al edificio Seagram el edificio más importante del milenio. Puede ser una afirmación exagerada pero, tratándose de Mies, no nos hacemos problema. http://www.nytimes.com/1999/04/18/magazine/best-building-opposites-attract.html

[3] http://www.archdaily.com/508501/phyllis-lambert-to-receive-golden-lion-for-lifetime-achievement-at-venice-biennale/

Fuente de la fotografía de la casa Brauer García: Libro Miradas a la arquitectura moderna en el Ecuador. Tomo II. Universidad de Cuenca, 2010.

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