Rem Koolhaas & Madelon Vriesendorp ‘Floating swimmingpool’, 1980.

 

Por Paula Cárdenas

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Las primeras traducciones de La Arquitectura de la Ciudad emplean el término “artefacto urbano” para referirse a lo que Rossi en su idioma natal llama fatti urbani. En 1995, la editorial Gustavo Gil publica una nueva edición del libro la cual es revisada por el propio Rossi. En este proceso se limpian los prólogos que se le fueron añadiendo con los años, se revisa el texto y se actualizan las referencias bibliográficas, con el propósito de que el libro siga siendo una referencia para los arquitectos de la época. Sin embargo, la corrección de mayor relevancia es quizás la sustitución del término “artefacto urbano” por “hecho urbano”. Esto nos brinda un indicio de que el término utilizado inicialmente elude el entendimiento de un concepto mucho más complejo. Tan complejo, que Rossi no logra elaborar con precisión una definición en concreto, sino que sólo logra identificarlos al final de su libro en el momento en el que describe la obra de Palladio. Sin embargo, años antes, John Dewey, en su libro “El arte como experiencia” establece un marco de tres principios clave para reconocer una verdadera obra de arte sobre un artefacto estético. Dado a la similitud de posiciones entre estos dos autores que se explicará más adelante, se concluye que los principios de Dewey pueden ser aplicados como características determinantes para identificar un hecho urbano. De esta manera se puede llegar a un mayor marco de precisión científica que es el que Rossi quería establecer en “La Arquitectura de la ciudad”.

La palabra ‘hecho’ se deriva del latín factus —traer a la existencia—, de allí su significado: acción u obra, cosa que sucede; suceso y acontecimiento. Por otra parte, la palabra ‘artefacto’ tiene sus raíces latinas de la palabra artefactum, es decir hecho con arte; de aquí su significado: un objeto, máquina o aparato, construido con una cierta técnica para un determinado fin—. Desde su etimología se pueden notar dos grandes diferencias en estas palabras. Hecho, enfatiza el flujo, el devenir y el cambio en relación a otros sucesos. Por otra parte, artefacto implica a un objeto estático en el tiempo que posee una función específica. Una vez establecidas estas definiciones, es claro porque Rossi prefirió usar la palabra ‘hecho’ sobre ‘artefacto’ para referirse a los fragmentos urbanos que dan un carácter unitario a la ciudad.

En “La Arquitectura de la Ciudad” se establece que los hechos urbanos pueden ser un edificio, un monumento, una calle y hasta un distrito. Sin embargo, recalca que para que un hecho urbano se materialice es fundamental que estén en relación con el espíritu del lugar, con la experiencia de cada persona y que interactúen con las piezas restantes de la ciudad. Sin embargo, cuando el objeto se encuentra aislado, o no logra capturar el espíritu del lugar o es estudiado simplemente en términos de forma ignorando las relaciones existentes con los demás objetos, pierde completamente su valor.

De la misma manera, Dewey argumenta que reduciendo las obras de arte a productos materiales –pinturas, edificios, libros – y aislándolos de la vida cotidiana se pierde el valor estético, olvidando que la verdadera obra de arte es aquella en la cual el producto genera una experiencia estética. Esta experiencia estética solo es posible a través de una serie de relaciones entre individuo-entorno, espacio-tiempo, entre otros.

Por lo tanto, se puede establecer una analogía entre estos dos conceptos —hecho urbano (en términos de Rossi) y obra de arte (en términos de Dewey)—. Una vez establecida la analogía, es posible complementar la teoría establecida en “La Arquitectura de la Ciudad” para reconocer a un hecho urbano con los tres principios que Dewey plantea como las características para que un objeto estético trascienda a ser una obra de arte.

El primer principio fundamental plantea que el arte no debe ser retirado de la vida cotidiana. De acuerdo con Dewey, parte de entender el arte como una experiencia estética es también entender que viene de una experiencia humana, que nace de la vida que los artistas viven y las condiciones y las sociedades que los rodean. Este principio está presente en Rossi cuando presenta el concepto de locus; entendiéndolo como una “relación singular y sin embargo universal que existe entre cierta situación local y las construcciones que están en aquel lugar”, es decir, un vínculo cuasi metafísico entre un sitio y el objeto arquitectónico. Por lo tanto, los hechos urbanos, no solo deben ser estudiados en relación a su sitio, sino que también deben relacionarse con el locus del lugar. Si no se cumple esta condición el objeto se aísla de la vida, pierde su poder de ser una experiencia y se vuelve simplemente un artefacto.

El segundo principio establece que, una verdadera obra de arte no es un objeto, más bien es una experiencia. Dewey reconoce que una obra de arte se presenta como una experiencia intensificada dentro de nuestra vida cotidiana que tiene el potencial de transformar. A su vez, Rossi establece que el hecho urbano no es un edificio, sino un fragmento de ciudad. La ciudad se revela a través de sus monumentos, en donde cada uno nos muestra una secuencia y finalmente la historia. La historia, como da origen a la formación y estructura de los hechos urbanos, se relaciona a la imaginación colectiva y la continuidad de la estructura urbana. Por lo tanto, cada hecho urbano posee su propia singularidad formada por las acciones de individuos y la estructura urbana es formada por la naturaleza colectiva e individual de los artefactos urbanos. La singularidad de la ciudad que se deriva de los aspectos colectivos que la ciudad conecta a su principio inicial, evento y forma.

El tercer principio, y tal vez el más importante, es que el arte es político y tiene el potencial de transformar. No todo el arte que conocemos empuja fronteras, desafía jerarquías de clase, o intenta cambiar algo. Sin embargo, esto no quiere decir que no sea político. De acuerdo con Dewey, ser político implica tener una posición clara frente a algo. Acompañando a esta idea Rossi establece que en cierto sentido no hay edificios políticamente opuestos, ya que los que se realizan son siempre los de la clase dominante, o al menos los que expresan la posibilidad de conciliar nuevas ideas con la condición urbana específica. De esta manera, es necesario que los hechos urbanos ya sea que acompañen o se opongan a los ideales de la época, tengan una posición clara con respecto a las aspiraciones deseadas, tanto individualmente como en colectivo, además de siempre tener presente que el hecho urbano no solo tiene que ser parte de la ciudad, sino que también debe convertirse en ciudad.

Así pues, Rossi publicó “La Arquitectura de la Ciudad” con el propósito de estudiar la ciudad a través de un marco teórico que permite trabajar con rigor y objetividad. Al identificar las distintas piezas de la ciudad hizo hincapié en los hechos urbanos, que son fragmentos urbanos que dan unidad a la ciudad. Sin embargo, a lo largo de su libro se presentan diferentes definiciones y características de los mismos, lo cual complica las cosas al tratar de identificarnos dentro de la ciudad. Por lo tanto, con el fin de complementar la teoría de Rossi, se usa los tres principios básicos que Dewey plantea en “El arte como experiencia” para diferenciar entre un objeto estético y una verdadera obra de arte. De esta manera, es posible utilizar estos principios para identificar los hechos urbanos con precisión dentro de la ciudad. Esto fue posible debido a que los autores comparten una visión en común: tanto los hechos urbanos como las obras de arte poseen características que van mucho más allá del objeto físico. “Su valor está en la sucesión de eventos que se despliegan a su alrededor y en la mente de los sus creadores, pero también en el lugar que lo determina, en el sentido físico y por encima de todo en la unidad indivisible que se establece entre el sitio y la obra.” (Rossi, 1995)

 

BIBLIOGRAFÍA:

Dewey, J. (2005). Art as experience (1st ed.). New York: Perigee Book.

Rossi, A. (1995). The architecture of the city (2nd ed.). Cambridge, Mass: MIT Press.